jueves, 18 de febrero de 2010
Ilusión
Todas las mañanas Ricardo recibía una postal anónima desde algún punto del mundo, él sabía quien era la persona que la remitía. Pero ese acuerdo tácito, realizado hacía ya seis años, le llenaba de ilusión todas las mañanas, cuando a las 10:45, aparecía el cartero en su preciosa motillo azul.
Vivía un poco retirado del mundo, a las afueras de un pequeño pueblo que a su vez estaba a las afueras de una gran ciudad. También hacía seis años que había decidido alejarse de su anterior vida, abandonar todas sus raíces y volver a comenzar lejos de todo aquello que le pudiera recordar su anterior existencia.
Vivía en una melancólica casa blanca, cercada por una valla y un precioso jardín, repleto de árboles frutales y arbustos floreados. La casa de sólo una planta, no se hallaba cerca de ningún vecino, sólo desde allí se podía oír el silencio, interrumpido a veces por algún pájaro alegre que bailara por el cielo. Cerca había un riachuelo con frondosas riberas, donde Ricardo solía ir a leer, especialmente sus bellas y anónimas postales.
Esa mañana el cartero llegaba tarde, eran las once y aún no se atisbaba su ciclomotor por el horizonte, ni tan siquiera el ruido de su motor perturbaba la tranquilidad del valle. Brillaba el sol en lo alto del cielo, en verano, a media mañana, en seguida calentaba el sol. Decidió salir a pasear por el sendero que llegaba hasta su casa, y así, acortar el recorrido del cartero. Cuando apenas llevaba diez minutos caminando y su casita era un simple grano blanco en la línea del horizonte, apareció velozmente la motocicleta. El cartero, sudoroso y conocedor de su tardanza, venía con cara compungida, pues sabía que Ricardo anhelaba con ansia su llegada matinal. Tras disculparse, y mantener una cordial conversación, entregó a Ricardo su correspondencia. Entre sobres de propaganda, sobres con ventanilla de bancos insistentes, y demás cosas prescindibles, se hallaba un sobre verde, escrito a mano. Supo inmediatamente que dentro estaba su preciada postal. Ni siquiera abrió el sobre, con mucha voluntad y paciencia, decidió esperar al momento adecuado, y seguir su rutina diaria.
Volvió a su casa, se colocó el bañador, cogió un refresco sin burbujas de la nevera y una toalla, tras lo cual se dirigió con su sobre verde en la mano hacia el río. Encontró una sombra a los pies de un precioso y alto olmo, y se dispuso a pasar allí sus diez minutos de deleite leyendo su postal.
Supo que algo era diferente cuando, al abrir el sobre, sus manos se toparon con algo afilado y no con el habitual cartoncillo. Del sobre verde, salieron dos folios pulcramente doblados en dos mitades. Con una caligrafía sencilla, ordenada y sumamente cuidada, la carta llevaba el siguiente encabezado:
“Estimado Ricardo”
Estaba fechada cinco días antes en un pequeño pueblo situado a la falda del Monte Fuji.
Ricardo, tras leerlo, supo que aquellos siete minutos restantes no iban a ser iguales a los habituales, sí, la carta era diferente, todo iba a ser distinto.
Al terminar la carta, tras siete minutos de sobrecogimiento, densas lágrimas recorrían el rostro barbado de Ricardo. Volvió a su casa sin haber abierto el refresco, y con la toalla aún limpia y sin usar. Tras cruzar el umbral y ver la sonrisa del rostro retratado en el cuadro de la entrada de su casa, todo su cuerpo falló y calló desplomado a los píes de este. La carta se deslizó de su mano, y aunque las lágrimas habían corrido la tinta, aun se podía leer:
“sentimos comunicarle que tras estos seis años de alejamiento, no pudo aguantar más la tristeza, y esta misma noche ha fallecido con su foto entre las manos”.
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2 comentarios:
Estoy demasiado sensiblona hoy....no tenia que haber leido esto.....QUE BONITO Y TRISTE A LA VEZ!!!!!
Besos guapetona
Deberías guardarlo para uno de los concursos del Foro. Está lleno de imagenes, y aunque pueda resultar predecible el final, no le quita ni un gramo de emoción al relato. Me gustaría ir a ese lugar que has dibujado, pero acompañado.
Besiños
Takeo
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