Día 7
Tocaba día largo, de coche y múltiples visitas, pero como las carreteras son buenas y habíamos planeado parada casi cada hora no parecía que se fuera a hacer muy duro.
Primera parada Vitre, último pueblo de la región Bretaña que íbamos a visitar, en Bretaña hay varios pueblos que guardan especialmente el encanto medieval, por ejemplo Becherel, Fourgeres, o Vitre. Es un pueblo precioso con un castillo de cuentos y leyendas, una parada pequeña pero encantadora.
De allí cambiamos de región y nos mudamos al Loira, atrás dejábamos la opulencia social de Normandía, la belleza austera de la Bretaña, y nos sumergíamos en la pomposidad de la realeza.
Le Mans, todos la conocemos por sus carreras, pero en realidad es mucho más que eso, es una ciudad preciosa, de callejuelas empedradas, casas medievales, forja en sus ventanas, farolas de vidrio pintado, y sobre todo dueña de una catedral imponente que domina el centro entero de la ciudad.
Del circuito de coches no puedo hablar, porque la verdad es que debe ser un secreto a voces y allí no ves ni cartel, ni indicación ni nada de na, “¿igual no están muy contentos con ello?”, sea lo que sea, verse no se ve nada.
Próxima parada Angers, con su tapiz de 130 metros del Apocalipsis, su catedral de torres infinitas, y donde comimos velozmente, para poder seguir el largo camino.
Sumergidos en los paisajes del valle del Loira, y del Indre (todos ellos invitan a sentarse con un mantel de cuadros, una botella de vino y un poco de queso, todo hay que decirlo) llegamos a Saumur.
Saumur es una belleza de pueblo con Castillo en alto como en las películas, evidentemente su palacio es muy interesante, pero también lo son sus vistas.
Para no retornar a la autopista, empezamos a coger carreteras comarcales por donde vimos que había más castillos. (En la información turística que nos dieron del valle, aparecían unos 70 castillos visitables, al parecer están clasificados por hectáreas. Aun así cada poco tiempo si vais por carreteras secundarias podréis ir quedando anonadados con los palacios “menores “ que se van viendo)
Tras salir de Saumur nos topamos con el Castillo de Monstsoreau, lo pudimos fotografiar desde la otra orilla del río, y era magnífico ver el conjunto entero.
De allí, y aún sin saber cómo acabamos en el castillo de Ussè. Una de las maravillas del valle, sin incluir entre los más visitados, y posiblemente, no sé si por ser el primero, el que más me gustó. En Ussè Perrault se inspiró para escribir la Bella Durmiente, y así lo han recreado en una de las alas del palacio.
Y por último, ya muy cansados pero con la adrenalina a tope por lo que estábamos viendo en el valle, llegamos a Villandry. Este Chateaux pertenece a españoles, pues lo compró un español botánico casado con una americana millonaria. Y él y su amor a las plantas fue el que restauro la imagen que hoy se ve, los jardines más bonitos de todos los castillos del Loire.
Podéis imaginar ya el cansancio, pero aún teníamos que llegar a Orleans. La llegada a las 9:30 de la noche, aunque aquí nos pueda sorprender nos creó problemas para lograr cenar. Llegamos a un hotel (http://www.oceaniahotels.com/hotel-escale-oceania-orleans) muy cuco, y gracias a dios situado a diez minutos caminando del centro histórico, donde al final logramos cenar genial y muy bien de precio (Volpone https://plus.google.com/114340995674883172285/about?gl=es&hl=es). Para no tentar a la suerte repetimos al día siguiente, eso sí esta vez a las 8 de la tarde, mucho más acorde a sus horarios.
Día 8:
Día de Castillos.
Primera parada, paseo y café de lujo en Amboise, vista del castillo por fuera, y por le clos Leonardo da Vinci, morada que Francisco I cedió a Leonardo Da Vinci para pasar sus últimos años. No está nada mal, la casa y los jardines (hoy recreados con sus inventos para goce de los más pequeños) No entramos en ellos por un motivo económico fundamentalmente, las entradas cuestan alrededor de 12 euros cada una, si entras en todo te dejas medio presupuesto en tan solo un día, debíamos priorizar.
Segunda parada: Chenonceau.
Este Castillo que tomó forma gracias a 4 mujeres extraordinarias es una joya por donde está, por como es, y por lo que encierra dentro. Una verdadera Maravilla, no es de extrañar que Catalina de Medicis, al fallecer su marido le dijera a la querida que se largara tomando plena posesión de la casita de campo. Claro que a ella le dio en su defecto el de Chaumont sur Loire, que tampoco estaba nada mal.
Paseo con vistas a Blois, donde la casa de Houdini nos da la bienvenida con una original puesta en escena, y donde la estampa no puede ser más sublime. Y de allí camino a Chambord, última parada en nuestra conquista de castillos.
Chambord es descomunalmente grande o más. Es simplemente una casita que Francisco I se hizo para ir a cazar, con más de 400 habitaciones, parece ser que solo pasó allí unos 15 días en total. No sólo es grande el castillo, el bosque que lo envuelve tienen kilómetros a la redonda, cazar se debía cazar bien, a día de hoy pudimos ver en su hábitat natural un enorme jabalí.
El día no daba para más, nos podía el cansancio, y ese empacho tan bonito, como lo definió mi hermana en Facebook. Y aprovechamos para visitas la tranquila Orleans, con su catedral gótica preciosa, y sus calles animadas.
Día 9
Último día, se levantó frío, pero ya nos debíamos recoger, por ende tampoco era muy importante, parada a ver la cumbre del gótico: la catedral de Chartres con su precioso y misterioso laberinto que decora su suelo, no pudimos visitar las criptas pues se nos hacía tarde, pero si nos deleitamos con su altura y majestuosa elegancia. De ahí a Beauvais, cruzando Versalles y París, con lluvia, tráfico y un sinfín de circunvalaciones. Lo hacían a posta para que no sintiéramos tristeza al irnos.
Resumen, sigo sin entender lo poco que trabajan los franceses con todo el perdón del mundo, pero no envidia, pues resulta que todo todo hace el mismo horario, por ende por cuando salen se encuentran con todo cerrado. Los horarios en zonas de turismo un poco más permisivos, cocina hasta las 10:30, y a mediodía nada más allá de las 14:30, en fin, cómo nos interesaba comer, pues nos adecuamos. Pero ver un maravilloso pueblo como Deauville lleno de glamour a las 7:30 totalmente vacío, aun haciendo sol y una preciosa tarde, da mucha pena.
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