Los amantes del arte, la
historia y la literatura tienen una cita
en pleno corazón madrileño. En la calle San Mateo, nº 13 se encuentra el Museo
del Romanticismo , situado en una antiguo palacio neoclásico construido en
1776. Dicho edificio fue transformándose
a lo largo de los siglos, manteniendo sus estructuras originales, hasta llegar
al que hoy podemos observar. Unas fachadas austeras no hacen verdadero honor al
esplendor que podremos observar en su interior.
Hoy encontramos entre sus muros
una recreación de lo que debió ser una vivienda burguesa en el siglo XIX. Un
momento en el que el concepto de vivienda se estaba transformando, cuando la
sociedad comenzaba a vivir en pisos y abandonaba el tradicional y costoso
palacete.
Nos da la bienvenida un espacioso
zaguan desde el que arranca una amplia escalera que nos lleva hasta la planta
noble del palacio. En la subida observamos un bonito balcón donde los músicos
se situaban para amenizar las veladas y así, según subían los invitados eran
acogidos con bellas melodías. La alta sociedad que acudía a estos bailes de
gala pretendía proyectar en sus
viviendas el alcance de su poder a través del mobiliario, de las obras de arte o
de las bellas decoraciones.
Y es en esta planta noble donde
comienza la lección de historia, o las salas expositivas del museo. Con un
discurso museográfico medido, el recorrido por este museo no sólo nos deleitará
la vista sino que nos adentrará paulatinamente por diversos pasajes de la historia.
El recorrido por el movimiento
romántico, que abarcó un breve espacio de tiempo pero que fue prolifero en
pasajes históricos y creaciones
artísticas, intenta dar fe de un momento de nuestra historia común a todos los
países europeos e imprescindible para entender el desarrollo de nuestra actual
sociedad.
Nos acoge un vestíbulo donde el
discurso narrativo dominante es la infancia de la Reina Isabel II, para darnos
paso a otra sala donde la reina, ya regente,
sigue siendo la protagonista. De manera anecdótica resaltaremos una
pieza realizada en barro, donde de manera cómica ha sido representada la Reina
montada en un burro, cuya figura animal representaría a la sociedad española
oprimida por el peso de la regencia isabelina, y angustiada por los altos impuestos
que mantuvo durante su reinado; el único modo posible para mantener su costoso
ritmo de vida. En esta sala comprobaremos además, como la pintura se utilizaba
como método publicitario, para ensalzar el poder de la figura retratada.
Siguiendo el recorrido
accederemos al bello salón de baile, que en este caso era de dimensiones
reducidas. Además de la belleza de sus engalanes, destaca la presencia de un
bello sillón circular llamado Borne, donde las mujeres se sentaban a
reposar entre baile y baile y que estaba acondicionado para acoger los
abultados vestidos de la moda de la época.
Continuaremos la visita por la sala
de Batallas-,donde un original y exclusivo piano Jirafa armoniza el
ambiente-, proseguimos por una serie de salas costumbristas cuya decoración nos
da fe del ambiente de la sociedad más humilde. De entre estas salas merecen ser
destacadas las Litofanias, unas placas de porcelana de tan solo una
cochura, que deben ser vistas al trasluz para poder deleitarse con las figuras
proyectadas. Pocos ejemplos podremos encontrar en España de esta maravillosa
técnica, antecedente clara del cine, y novedosa entre los museos españoles.
También deberemos resaltar unas pequeñas maderas colgadas en las paredes, donde
se dejaban las tarjetas de visita. El uso de estas tarjetas era común, se
utilizaban cuando al ir de visita a alguna casa no se encontraban los dueños, y
era una manera de comunicar que habían ido a visitarles.
Tras esta sala pasaremos a las estancias menos nobles de la vivienda: en
primer lugar un aseo, donde vemos un
vater elegante cuyo parte inferior esta cerrada con llave, la cual solo la
tenía un sirviente en concreto, el único autorizado a retirar las deposiciones
del señor. Y en segundo lugar un precioso comedor perfectamente habilitado
donde solo falta que se sienten los comensales.
Entre estas salas y la zona de vida femenina e infantil se
accede a un pequeño oratorio, presente en todas las casas, indispensable dentro
de una sociedad católica; con una bella obra de Francisco de Goya, Gregorio
Magno.
Se prosigue por las habitaciones infantiles, donde hay
juguetes de madera, muñecas de porcelana, y muchos retratos infantiles. Estos
últimos eran muy comunes en aquellos años, debido a la alta mortalidad
infantil, era costumbre tener retratos de los infantes fallecidos para que
siguieran presentes en la familia. Las salas infantiles son también los
espacios femeninos, por eso veremos en estas salas los preciosos y originales
carnets de baile. Dichos carnets eran usados en los bailes de época para que
los caballeros pudieran irse apuntando en la lista de las fémina para tener su
turno en el baile.
Tras estas salas de vida más intima se pasa a las estancias
masculinas, mas sobrias en su decoración y con carácter más social. Son en
estas salas donde encontraremos las famosas pistolas de Larra, símbolo del
espíritu romántico; y algunas de las
sátiras de Alenza, donde el anhelado suicidio está presente. El visitante podrá
continuar por la Sala de fumadores con rasgos orientales, y gabinetes
con diversos tipos de sillones para hacer más cómoda la estancia. Al final del
recorrido el dormitorio del caballero, y una sala indispensable , la sala
del Billar. En este caso el billar presente es una excelente pieza del
afamado fabricante del momento Francisco
Amorós.
No podremos acabar el
recorrido sin ver la estufa o Serre, una estancia característica de
estas viviendas, con mucha luz y cristaleras, donde a modo de invernadero se
cuidaban las plantas, afición muy común durante el Romanticismo.
Y así finalizaremos la visita, no sin antes ver la sala
didáctica con el Teatrino, donde una cámara oscura proyecta una vivienda
de la época. Mirando a través de unos balcones ficticios veremos las
habitaciones de la casa, y a los habitantes desarrollando sus actividades
cotidianas.
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