Miércoles 29 de junio
Mirar que bonitas vistas teníamos desde nuestras ventanas, así daba gusto levantarse.
Y tras un buen desayuno a caminar, primero a cruzar el precioso
parque más grande de Edimburgo donde todos sus habitantes vienen a pasearlo,
a dar una vuelta con el perro, a entrenar a Rugby, a quidich (si habéis leído
bien) o a jugar al golf. La lluvia y el sol que tienen hace que entiendas
porque inventaron el golf, ya que allí hay campos de golf naturales en cada
esquina, y se conservan casi sin esfuerzo.
Lo siguiente que vimos fue el laberinto junto a la Universidad, dicen que debes recorrerlo
entero, que durante la ida deberás pensar en una idea o proyecto y que cuando estés
de vuelta la idea tomará forma. La duración es de media hora y yo no logré
meditar mucho, pero me lo pasé bien buscando la salida.
De allí fuimos a visitar el famoso cementerio de Greyfiars, donde J.K. Rowling se paseaba en busca de
inspiración, y tanto que la encontró, allí vi la tumba de Ridley y la de
McGonagall.
De allí y tras tocar el hociquito al famoso “Bobby” (el
famoso perro que estuvo hasta su muerte cuidando la tumba de su amo y que está
allí enterrado) fuimos a la Royal Mille
a ver la Catedral, recorrer los pequeños pasadizos que se abren a los lados,
tomar una cerveza en el “Final de mundo” hasta llegar a Holyroodhouse, palacio que no pudimos visitar porque era la Royal Week, vamos que estaban esperando
la llegada de la reina.
Luego comimos enfrente del Fin del mundo, en una taberna de
comida non stop llamada Nº1, y de allí paseíto al otro lado del río, vimos el Hotel Balmoral, donde J.K. Rowlling
terminó de escribir su saga, lo mismito que donde empezó a escribirla. Fotografiamos
al gran Scott en su monumento. Y quisimos tomar un té en The Dome, un antiguo Banco Nacional cuyo edificio hoy es un
restaurante y bar de lujo, con clubs privados, dignos de visitar, y tienen un
té de las 5 completo por 22 libras, el cual me quedé con muchas ganas de
probar.
The Dome |
Y tras eso, larga subida hasta el Castillo de Edimburgo que como un fiel guardián guarda la ciudad
bajo su atenta mirada.
La entrada nos resultó cara 18 libras sin audioguia, pero
bueno hay que entrar una vez en la vida. No voy a decir que no merezca la pena,
pero si que es excesivo, si vas justo de dinero puedes ahorrarte la visita sin
ningún tipo de remordimiento.
Luego la tarde llegaba a su fin y tras una cervecita en el Maggie’s (una cervecita escocesa con
una lata espectacular que se vino conmigo a Madrid) y taxi a casa donde fuimos
a descansar un rato y luego salimos a cenar cerca de la casa a un exquisito
tailandés “Thai Lemongrass” (de los
mejores thais que he probado)
Jueves 30
Ibamos llegando al final, fuimos caminando y perdidos
durante un rato hasta Calton Hill, tuvimos que tomar un café en el camino
porque se hizo largo. Pero mereció la pena aunque la subida final es infernal
las vistas y los monumentos desde esa colina son un verdadero espectáculo. Eso
si el aire da tres vueltas y hay que andar con cuidado
De allí y como el sol tuvo el placer de visitarnos nos
sentamos en una terracita, The Rabbie Burns, con la mala suerte que nuestra
rica Tenners (la cerveza que nos acompañó todo el viaje) estaba mal tirada, ya
que parecía que la chica era nueva, peor bueno la degustamos al solecito. De
allí hicimos compritas de regalos, más camisetas de rugby, vasitos de whisky,
etc y a comer. Esta vez tocó de menú en un elegante restaurante francés en
Victoria Street (Maison Bleu , rico
rico su cordonbleu). Limoncello con nuestros simpáticos italianos en Made in
Italy y a casita dando un paseo, descubriendo una gatoteca genial donde me
hubiese pasado horas con los mininos. (Maison de Moggye). Por la noche salimos
a cenar a TriBeca, un restaurante americano que teníamos cerca y cual fu
nuestra sorpresa cuando nos dijeron que no vendían alcohol, aunque tenían la
barra llena. Pero no extrañaba eso que podrías pensar que aún no tenían la
licencia porque al parecer habían abierto hacia poco, es que te permitían salir
fuera y traer de la calle la bebida, solo cobraban suplemento por ponerte la copa
o vaso. Una cosa muy rara a la que aún estamos buscando explicación.
Viernes 1
Las vacaciones estaban tocando a su fin, desayunamos y a
pasear, tocaba Museo Nacional de Escocia, un ecléctico museo donde todas las
artes y disciplinas se mezclan en perfecta armonía eso sí. Un edificio
precioso, con entrada gratuita y donde puedes encontrarte expuesto casi de
todo. Tras recorrerlo entero, un par de horitas nos llevó, tomamos una
cervecita en la terraza del perrete que ya visteis en la anterior foto (ojo aquí
si piden el carnet a los menores o a los que sospechan que lo sean, si no lo
llevas es igual con quien vayas o que alegues te echan del local).
Y como era día de relax nos dimos un verdadero homenaje de
comer en el Frankestein, una visita
indispensable si vas a Edimburgo, una pasada de comida en abundancia y un sitio
inigualable. Pasamos al menos 3 horas comiendo, también es que aprovechó el
cielo para desplomarse y así no apetecía salir.
Luego nos marcamos otro homenaje tomando un chupito, porque
no se puede llamar copa de rico whisky escoces en “The Last Drop” o el último trago, en esa calle Grassmarket donde
pasamos tan buenos momentos nosotros y tan malos en la antigüedad pues era
donde estaba el patíbulo y de ahí lo del último trago.
Alguna comprita de última hora, maleta, reserva por internet
(eso sí pedía un móvil de número inglés, menos mal que lo llevábamos) de un
taxi para las 5 de la mañana y a dormir.
Sábado 2
Madrugón, tristeza la dejar aquellas bonitas tierras, el
taxi unos 28 euros, colas para facturar
gracias a Easyjet, un desayuno antes de embarcar y bienvenidos al calor
infernal de Madrid. Habíamos pasado de 13 grados a 36, un cambio muy duro en
todos los sentidos.
Mi última entrada sobre este viaje será una guía práctica
para que no os perdáis por Escocia.
PARTE 1
PARTE 2
PARTE 3
PARTE 4
PARTE 5
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