Era corta nuestra visita a París, pero hicimos lo posible
porque fuese intensa.
Tras llegar a la estación de tren Montparnasse buscamos
el hotel reservado a pocos metros: Tim-Hotel Montparnasse.
Un hotel con un
encargado bastante borde, pero con un chaval en recepción más amable que nos
dio las habitaciones, seguíamos rodeados de moqueta, nos informó sobre el
desayuno, y nos acomodamos en un santiamén. Recorrimos los alrededores con poca
esperanza de encontrar algo decente para cenar, porque ya eran las 11, y ya
sabemos que pasa a esas horas en otras ciudades europeas, que parecen
Cenicientas en las Canarias.
Tuvimos la suerte de encontrar en la Rue du
Montparnasse un restaurante que se apiadó de nosotros: Lili et Riton. Y encima
cenamos genial, yo un tartar de atún con aguacate delicioso. Ya decidimos
recogernos que al día siguiente nos esperaba París.
En realidad nos esperaba París y sus lluvias. Podemos dar fe
de que ha habido inundaciones, que manera de llover. Habíamos alquilado por Internet
un autobús turístico, concretamente el citybus que tiene cinco líneas de
recorrido, las cuales cogimos, que te permite ver más zonas de la ciudad. Cuesta
33 euros y lleva audio guía en castellano. Es igual, primera parada Inválidos y
Torre Eiffel, lloví, y por la Eurocopa no pudimos llegar a ella como se debe, a
través de los Campo de Marte. En fin, llovía, subimos al bus, nos dejó 5
minutos literal sin agua que aprovechamos para subir arriba y realizar algunas fotos
panorámicas, y nos llevó hasta la iglesia o templo de la Madeleine. De allí un
paseo para ver, aunque fuese pasada por agua mi plaza preferida, la plaza
Vendôme, de camino nos encontramos “el bar”, un sitio llamado Bagelstein (23 Rue des Capucine) donde es imprescindible ir y tomarse un café y un
baggel. Sólo por ver su decoración merece la pena.
Paseamos hasta la ópera y tras comenzar a llover
intensamente y esperar un montón el bus lo cogimos, eso si ya apiñados, hasta
el Sacre Coeur. Con la intensidad de la lluvia y las horas que eran nos
sentamos a comer, con la esperanza de que amainara, ilusos. Tocó en lo que
había más a mano: Les Oiseaux. Me comí una quiché Lorraine
muy rica pero pelín sosa, la verdad comimos bastante bien y no caro. Seguía
lloviendo, así que nos fuimos al funicular, no apetecía nada subir las
escaleras hasta la iglesia. 1.80 por persona cada trayecto, creo que había un
pase de 10, que nosotros siendo 6 nos hubiese rentado pero lo vi a la bajada.
Las vistas son espléndidas si se ven, en nuestro caso las intuíamos más bien,
eso si la iglesia merece la pena, algo es algo.
De nuevo al funicular y a esperar otros 20 minutos el bus,
que de nuevo iba hasta arriba, tras un atasco y mucha pereza nos bajamos cerca
de la ópera donde debíamos cambiar de
bus. Allí decidimos parar en el Café Du Cadran a tomar café, algunos café
irlandés y otos, como yo el delicioso café gourmand. Vuelta al bus, y parada en
Notre Dame, cola inmensa para llegar, paseo, de nuevo bus bajo la lluvia hasta
la Bastilla y de ahí nos quedamos por la hora, bueno por el morro de la compañía
(eran las 19:30 y había servicio hasta las 20) en tierra, tocó metro y al
hotel.
La noche se quedo limpia de nubes y con buena temperatura,
en fin, nos fuimos a cenar a una creperie recomendada, Saint Malo, en la 53 Rue
du Montparnasse.
Rico rico todo, igual hasta excesivo, la ensalada llevaba más
beicon que lechuga, todo regado con sidra y muy económico. Un sitio muy
recomendable con unos crepes o galletes exquisitos. Mi idea era haber cenado en
un Batteaux pero estaba el día como para ir a tener cerca más agua.
¡A dormir que mañana cambiamos de país!
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