miércoles, 11 de mayo de 2011

Aprender a Volar


Aterrizó con dos horas de demora, sabía que su familia llevaría horas esperándole, podía imaginar la cara de su hermana, agriada, triste, y desolada. Era el rostro que le acompañaba desde hacía dos meses, desde que había roto con el inútil de su novio, porqué este se la pegaba con todo aquello que caminase con tacones. Pero también esperaba el rostro iluminado por la sonrisa que caracterizaba a su madre, una mujer siempre risueña y cariñosa que miraba a la vida de frente y sin amedrentarse. De todos modos las reuniones familiares nunca habían sido su fuerte, siempre que tenía que acudir a alguna, alguien acababa reprochándole su dejadez, y su desarraigo familiar. Esta vez suponía que sería igual, empezaría bien pero terminaría mal.

Finalmente recogió su maleta de la cinta y salió de la sala de llegadas, miró en rededor pero ninguna cara le resultó conocida. Habrían olvidado que llegaba ese día, o agotadas de esperarle le habían dejado allí. Inmediatamente, según el móvil cogió cobertura, le sonaron varios pitidos anunciándole que tenía varias llamadas perdidas, todas ellas de su hermana. Comprobó el buzón de voz y escuchó a su hermana diciéndole que acudiera directamente al hospital san José pues su madre se encontraba mal. En ese momento todo giró al su alrededor, entre el cansancio del viaje y la noticia su cuerpo se desubicó. Cogió el primer taxi libre que encontró y en veinte minutos llegó al hospital.

Como en todo hospital de pueblo la actividad era mucha pero relajada, todo parecía estar controlado, con excesiva lentitud. No encontraba a nadie que le pudiera atender, finalmente la enfermera le indicó que acudiera a la sala de espera donde encontraría a sus familiares. La escena que se encontró no pudo ser más desoladora, su hermana, abrazada a su tía lloraba desconsoladamente. El resto de caras conocidas se encontraban en similares circunstancias, caras tristes y ojos llorosos le auguraban una mala noticia.

Al verle, su hermana gritó y cayó desmayada, rápidamente se la llevó una enfermera para recostarla en una camilla. Finalmente su tío Julián, con algo más de templanza, le saludó y le comunicó que su madre había sufrido un infarto de camino al aeropuerto y ahora se hallaba en un estado de semiinconsciencia, aunque estable, los médicos no estaban convencidos de si su corazón, tan maltratado por la vida, iba a superarlo.
La situación era complicada, el motivo de su viaje en aquella ocasión era para poder hablar entre toda la familia sobre el futuro de su primo de 4 años, huérfano desde hacía un mes, tras un accidente de tráfico de sus padres. Su madre pensaba quedarse con él, y parecía que era lo adecuado, ya que los abuelos de este eran demasiado mayores para hacerse cargo de un niño tan pequeño. Y ahora se encontraba con esta situación que descontrolaba del todo su ya desorganizada vida.

Algunas horas más tarde el medico con cara compungida les comunicó que finalmente, y sin demasiado sufrimiento el cuerpo de su madre había sido vencido. Menos mal que antes había dado tiempo a las emotivas despedidas anticipando un hecho que parecía inevitable.
Tras solucionar todo el duro papeleo del entierro, se fueron todos en el coche de la madre al chalet donde ella vivía, a las afueras del pueblo. La casa se encontraba al final de un paseo enmarcado por olmos, donde tras la casita de la familia se hallaba un precioso río. Era un paraje espectacular y acogedor que ese día, aunque soleado, se mostraba siniestro y melancólico. Tras dejar a los tíos en su casa, cercana a la de su madre, entraron en el chalet, donde la vecina estaba al cargo del pequeño Luís, y donde olía a la comida que su madre había dejado en el puchero para acoger como dios manda a su hijo, tras meses sin verle.
La casa estaba preciosa, toda limpia, colocada, llena de flores y luz, tal y como siempre la encontraba en sus visitas. Le pidió a la vecina que se quedara con ellos hasta después de cenar. Su hermana ya estaba durmiendo pues los tranquilizantes dados en el hospital la habían dejado agotada y él necesitaba centrarse, todo había sucedido excesivamente rápido y prácticamente no había podido ver las cosas con objetividad.
Se sentó en el sillón del cenador, y mecido por los sonidos del campo en plena primavera, su mente empezó a relajarse y a ordenarse. Los últimos meses habían sido trágicos, sí esa era la palabra, todo un sinfín de problemas familiares y personales se habían sucedido sin pedir la vez. A lo familiar acumulado debía sumar la ruptura con su último novio, algo realmente tortuoso, pues Miguel siempre había sido propenso a la tragedia. Todo junto estaba resultando ser realmente insoportable. Si bien es cierto que nunca había sido una persona centrada, ni excesivamente responsable, parecía como si últimamente el mundo se hubiera puesto de acuerdo y le forzaran a cambiar a pasos forzados.
Ahora debía hacer balance, y volver a una realidad que se mostraba difícil, estaba solo, dentro de su tambaleante mundo, donde su profesión aún lo balanceaba más, y ahora debía mostrar una mente fría y afrontar lo que la muerte de su madre significaba.
Su madre, el pilar de su vida, la que siempre le acogió con ternura cuando decidió que quería hacer con su vida, cuando le dijo que era homosexual, cuando estuvo sumergido en una tremenda depresión por culpa de la vida algo excéntrica que llevaba, siempre dulce, siempre con él.
Y que iba a hacer ahora? Sabía que si quería hacer lo correcto, en recuerdo a su madre, debía afrontar la vida con valentía, con una sonrisa, como ella; pero como iba a lograr hacer eso él, cuando la melancolía era su mejor aliada. Parecía del todo imposible.
En ese momento Luís, el pequeño de 4 años cruzó corriendo la terraza mientras hacia el ruido de un avión, a la vez que volaba la maqueta del f-16 que tanto le gustaba a su abuelo. Un reflejo destellante de luz le dio directamente en los ojos, deslumbrándole. Y súbitamente una ráfaga de viento cerró de golpe la ventana abierta. Todo ello le hizo salir de su estado soñoliento, y mirar con los ojos bien abiertos a su alrededor. Este era su presente, debía enterrar a su madre y pensar en como enfocar su nueva vida, pues era evidente que ahora debía hacerse cargo del pequeño Luís. Su hermana no estaba en condiciones, nunca lo estuvo, de hacerse cargo de nadie, y aunque su vida era un caos, parecía la opción más lógica. Debía comenzar a pensar por dos, por ese niño que a tan corta edad lo había sufrido todo, debía de comenzar a ser sino su padre, su amigo. Debería cambiar su concepción de la vida, y mirar por el chaval. Pero como vivir en su céntrico piso de Chueca con un pequeño, en su vida cosmopolita y desenfrenada, como haría para encajar dos concepciones tan diferentes. Sí al menos algo de su entorno fuera más estable, podría ver más oportunidades, pero no veía futuro por ningún sitio.
De repente un llanto sonó desde el jardín, Luís estaba en el suelo llorando con la maqueta del avión rota entre las manos, y al mirarle y sentir miedo por ese pequeño solo en el césped y llorando supo que fuera como fuera sabría lo que hacer. Pudo ver a su madre sonriendo en el jardín, con su falda floreada y su sombrero de paja, socorriendo al niño, y haciéndole reír entre llantos. Y tuvo claro, que sí, su madre le había enseñado algo, aunque fuera difícil, le había enseñado a vivir.

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