martes, 2 de agosto de 2011

Como en casa




Ultimamente me he dado cuenta de que en multiples ocasiones digo eso de leer a tal o a pascual es como sentirte en casa. Con ello quiero trasmitir esa sensación de comodidad, de agrado que uno siente cuando vuelve a casa un día de lluvia y frío, por ejemplo. Y es que así me siento cuando tras lecturas varias siento la necesidad de reconfortarme con uno de esos autores que escriben solo para ti, que parece que hicieron las novelas a medida de tu mente. Esos libros que según entras por la puerta, o que cuando viajan en tu bolso, van gritando que los cojas, los devores, los mires y admires. Son esos autores que con sus palabras te envuelven, te trasportan, te hacen pensar en aquello que se halla escondido en tu interior, o te hacen soñar con aquellos mundos lejanos que siempre anhelaste conocer, o te hacen vivir aventuras increíbles en lugares increíbles, un sinfín de experiencias que son en exclusividad para ti.

Y no siempre son los mismos, pues en diferentes etapas, la sensación de sentirse en casa es diversa, se modifica la perspectiva con los años, por lo tanto aquellos autores que te acompañaron antaño, quizás ahora se deben quedar en el portal de casa y no entrar contigo a tu confortable salón.

De joven luche subida sobre un Ent en mi salón, pegada al balcón, esperando que un dragón me rescatara, o que aquella mujer malvada de Misery llamara a mi puerta. Con el tiempo y en plenos estudios caminé por las arenas del desierto, llenas de misterios, desde faraones resucitados, fantasmas legendarios, o tesoros escondidos en pirámides, a grandes mujeres que gobernaban con belleza y sabiduría, de la mano de Jacq o Gedge. Pero también combatí con el Cid de Corral Lafuente, o cené con Pedro el Ceremonioso; amenizado con los viajes y recuerdos de Martínez de Pisón y viví situaciones inesperadas en la España de las tres cultura de mano de Sánchez Adalid.
Con el tiempo he discutido en los salones de Desembarco del Rey con Martín como anfitrión, he investigado casos truculentos en la Madrid decimonónica con el genial Víctor Ros, me he relajado en los parajes verdes de Navarra y del País Vasco con Lezea como guía, sigo reviviendo la guerra civil con Pisón, viajo y disfruto con Didio Falco por el imperio romano, me empapó de la historia de Roma con McCollough, lucho encarnecidamente con Bernard Cronwel, y miro como el viento mece el mar desde mi ventana de Marinella mientras disfrutó de unas anchoas en compañía de Camilleri

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